Banderas, malagueño Honoris Causa

"Porque un día, volveréis la vista atrás y contemplareis, como hago yo ahora, a todos los que se cruzaron en vuestro camino, miles de caras, de almas, y todas ellas serán un espejo en el que se reflejara aquello que vosotros habéis representado para ellos, que reflejara lo que habéis sido y lo que sois, y os daréis cuenta de que uno es lo que es solo en relación de lo que uno significa para los demás, y de que la vida, cuando uno tiene la fuerza y la fortuna de sacarla de los miserables rincones del yo, es una escalera construida con los peldaños de los que vinieron antes que tú, y de que quizás la misión, la verdadera misión, es dejar tus peldaños para que puedan ser usados por los que vendrán después."

Me tomo la licencia y la libertad de apropiarme para este artículo del último párrafo de la intervención de Antonio Banderas ante el claustro de la Universidad de Málaga. El pasado miércoles, el actor fue investido Doctor Honoris Causa por la UMA en loor de multitudes. Nada comparado con la última investidura, la del politólogo y economista Vicenc Navarro.

Banderas es el artista de Málaga. Un malagueño que jamás, ni en lo más recóndito de su alma, tiene una mala palabra para su ciudad, para la madre de su infancia, para el pueblo en el que aún conserva a su familia, a doña Ana o a su hermano, Chico. Cuando viene a Málaga el actor es José Antonio Domínguez, el mayordomo de Lágrimas, el que mete el hombro en la Esperanza o el que se para para hablar con sus paisanos de lo que sea. Antonio Banderas es el hijo que Málaga ha querido para sí, y Málaga es la madre que Antonio desea.

Esta es la cultura de Málaga, la de un actor universal. Por más que quiera Málaga, Picasso es más barcelonés o parisino que malagueño, por eso no acabo de entender ese afán en disculparse con el pintor loandolo a cada paso que da esta aletargada ciudad. Glorifica en vida a los que lo dan todo por tí, Málaga. Reconoce a pintores que tienen fama más allá de las puertas de Granada, como Félix Revello de Toro o Eugenio Chicano.

Porque a Málaga, aunque lo quiera no le sale. No le sale ser esa madre orgullosa de sus chiquillos. Por eso ahí tenemos un museo para Revello parado entre naderías. Quizá Antonio sea la pieza, el empujón que le falta a esta bendita 'Ciudad del Paraíso' para que sus hijos estén en la gloria, y no anden siempre a la gresca con ella.

Pero da igual, esto no es cosa nueva, se me ocurre, al vuelo, la figura de Ibn Gabirol, el sabio malacitano que emigró hacia otras tierras, pero que siempre tuvo la deferencia de recordar a la ciudad que le regaló sus primeros años: Salomón Al-Malaqui, el malagueño. Ahora, a los siglos, Málaga empieza a soplar el polvo de su cabellera y le presta atención bautizando a un centro de interpretación con el nombre del filósofo y poeta. Pero mientas, Gabirol, sigue siendo el triste pie de una farola en la que defecan y descargan los perros de las señoras que pasean por calle Alcazabilla.

Antonio Banderas dejó dicho en su discurso que la verdadera misión es, definitivamente, ser humildes. Dejar los peldaños conseguidos para que quien venga detrás los pueda utilizar, o como dijo el poeta: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Y aunque lo nuestro es pasar, hay malagueños que merecen permanecer en la memoria, en el imaginario colectivo de una ciudad dormida desde hace siglos esperando que alguien sacuda sus cimientos y la despierte.

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