Pasaban los días

Pasaban los días y Jesús no se enteraba de que la Feria había acabado. Después de 10 días malviviendo con dos botellas de cartojal por las mañanas, una bota de moscatel en los toros y una botella de whisky en el Real al día, Jesús continuaba sumido en aquel desesperante estado de embriaguez. Era miércoles y estaba tirado en la playa de Pedregalejo, la Feria acabó el domingo por la noche, y debe ser que, como este año no ha habido fuegos, Jesús no sabía que había terminado. Pero sí, había terminado, y ahora la gente le miraba con cara rara. La misma gente que días antes el vitoreaba ahora lo daban por muerto. "Mamá, ¿respira?", "quita hijo, no te acerques".

Jesús me había repetido durante la Feria que él sabía lo que hacía. Llevaba tiempo soñando con amar léntamente a aquella chica morena, alta, de ojos rasgados. Ella ni siquiera sabía quién era ese chico bajito, con poco pelo para sus 24 años, en ningún momento reparó en él. Eso a Jesús le enervaba. Le hacía beber más. Llevaba meses sin beber, haciendo deportes y casi sin comer y, cuando lo hacía trataba de expulsar los demonios de la grasa de su cuerpo.

Ahora, ese muñeco sin fuerzas era Jesús. Daba pena verlo. Blanco como la leche en toda aquella zona que las bermudas y los polos le habían tapado durante los días de fiestas, ahora, tirado como un borracho neoyorkino, yacía en la playa, cuasi moribundo, amorrado a una botella de vino metida en una bolsa de cartón del McDonald´s, todo aquel montaje dotaba a la imagen de aquel giñapo de un áura decadente. Parecía que todo estuviera preparado. Todo listo. Sólo faltaba alguien que le hiciera rodar hasta el agua y se sentara en la orilla a ver como aquel cadáver viviente se alejaba, bocabajo, camino de tierras africanas.

Aquel personaje no aparecía, y como era justo y necesario que alguien lo hiciera, me acerqué, saludé a Jesús, maloliente y pegajoso -una mezcla de humedad y tinto de verano- le dije que necesitaba su toalla. La cogí de los cuatro picos, y como un sudario, como en su propia mortaja, anduve trasladando a aquel Jesucristo hasta el final del espigón. Me daba igual que hubiera una farola, sólo estaba haciéndole un favor. Lo arroje al agua, con tal mala suerte que su nuca se golpeó contra una piedra. Era noche de luna llena, y vi, perfectamente, como una mezcla de vino tinto y sangre marcaba el rastro que nunca nadie debería volver a seguir. Adiós amigo.

2 Response to "Pasaban los días"

  1. Sencillamente espectacular...

    ... pero Jesús no falleció... Cuando todos respiramos tranquilos al librarnos del canijo menguante, Jesús se alzó y comenzó a caminar sobre las aguas hacia nosotros. Entonces, comenzó a citar a Vázquez Montalbán y a frotarse su ralo cuero cabelludo.

    Jesús estaba crispado, pero seguía vivo.

    Nos hizo el favor de no quitarse el taparrabos y masculló algo de una rubia, y de una novela que no había escrito todavía.

    Jesús necesitaba más vino. Y hostias, pero las que se daban con las manos.

    Después de recibir media docena, Jesús emprendió, descalzo, el camino al Puerto del León. Los lugareños de Totalán, Olías y otras aldeúchas de la zona recuerdan cómo aquel tipo maloliente y llorón se arrastraba por las rampas y carriles recitando a Antonio Machado y recordando el toreo de Manolete. "Su puta madre", me dije yo.

    Ha pasado un puto día de la feria, pero Jesús está, por fin, más cerca del cielo. Y se lo ha ganado a pulso.

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