Jelou

Acabo de llegar de pasar unos días en Londres, ya sé que poco interesa al lector lo que haya hecho el último fin de semana, pero algo me ha llamado la atención. No es la primera vez que voy a la capital de la Pérfida Albión, pero esta vez la sorpresa y la casualidad me han llevado a reflexionar. ¿Españoles por el mundo? Qué va, malagueños por Londres. Daría para hacer una serie casi interminable.

Saliendo la primera tarde para enseñar Oxford, Picadilly, Regent´s... las calles del meollo comercial londinense, el cansancio me llevó a parar en el National Geographic´s Cafè. Mi inglés, cada vez peor por mi formación, prácticamente nula y por la falta de práctica, me llevó a trabarme cuando el camarero, con toda la cara de Paul Gascoigne, me preguntaba "how are you?". A la vista, el rubito inglés supo que necesitaba un super héroe para que aquello no quedara mal. Allí apareció: barba de una semana, pelo corto con entradas, pendiente en la oreja izquierda y... de El Palo. Un buen tipo que comparte trabajo con tres cocineros españoles, de Logroño, Granada y San Sebastián.

La conversación no podía tomar otro cariz: las lluvias. Enterado de todo gracias a esta maravilla internáutica, entramos en la discusión sobre la capacidad y la eficiencia de los pantanos malagueños, todo esto ante la atónita mirada del muchacho con cara de cervecero. Pero claro, hablar de los pantanos malagueños en Regent´s Street es algo habitual... Casi tanto como entrar en Primark, en Oxford, mirar camisetas y hacer algún comentario en español y que un chaval de Cuevas de San Marcos asienta y te comente que la tienda es una pasada.

Es algo habitual, ya lo sé, eso de encontrarse con españoles en Londres, incluso con malagueños. Sobre todo si se trata de la Semana Blanca y el avión de vuelta lleva más de medio pasaje de viaje de estudios. Pero también es casualidad que con la cantidad casi insultante de hoteles que hay en la zona de Bayswater Street, en la parte norte de Hyde Park, vaya a caer en el mismo hotel con un grupo de seis esteponeros que, además, he visto a casi todas horas y en casi todos los sitios.

En definitiva. Estos días Londres habla español, por mucho que sea la semana de la moda, que los Torys y los Laboristas se peguen, educadamente, guantazos verbales. Habla español y con acento malagueño. Pero Londres es una ciudad para ir de vacaciones. Como comentó uno de los camaeros que conocí estos días -en este caso barcelonés-: "Yo estoy acostumbrado a empezar a beber a las tres de la madrugada, no a las siete de la tarde". Cuánta razón...

Educar o prohibir

En estos días en los que los crucifijos y su presencia en las aulas protagonizan vacuos debates sobre su pertinencia en ellas, me llega una noticia de un colegio malagueño. Al parecer, el claustro de profesores ha prohibido que sus alumnos puedan comprar 'snacks' en el interior del centro, como venían haciendo a diario desde sabe Dios cuánto tiempo.

Son dos temas que, pese a su diferencia, no dejan de parecerme similares. Al fin y al cabo, quitar un crucifijo de un aula podrá dejar de molestar a alguien, pero no hará que cada uno profese la religión que prefiere. Digo yo, si los muchachos no pueden comprar 'snacks' -o guarrerías, como siempre se han llamado en Málaga- dentro del centro, lo comprarán en el preceptivo kiosco que hay en la puerta, como en todo colegio, y se lo comerán en el recreo, en los intercambios o cuando les venga en gana.

Además, se me plantea un debate 'politológico' sobre la libertad del individuo. Quizá algo demasiado profundo para un paquete de patatas y niños de 12 años; sin embargo, no deja de asustarme. ¿Qué sentido tiene prohibir a los chavales? ¿Está bien prohibir por prohibir? Es decir, si un padre quiere dejar libertad a su hijo para comer lo que le apetezca, ¿por qué el claustro de profesores ha de prohibirlo? De este modo estamos entrando en la esfera estrictamente privada de la educación que concierne, en mi opinión, exclusivamente a la familia.

Esto es como lo de los crucifijos. Dice el refrán que los ríos grandes no hacen ruido, pero los pequeños no dejan de hablar... Claro, la minoría agitada hace mucho más que una mayoría silenciosa. No hay peor manera de enseñar que la autoridad por la autoridad sin sentido. Está claro que es necesario un mínimo de superioridad del profesor sobre el alumno, pero no en temas banales y estúpidos como la comida en el 'segmento de ocio' -antes llamado recreo-.

En definitiva, está muy bien, y es necesario, que el profesorado mantenga una distancia con los alumnos, pero la autoridad no se consigue con prohibiciones de segunda, sino con el comportamiento en el aula, como muchos de mis profesores se ganaron mi respeto a lo largo de mis años de colegio. Una anécdota en el mundo escolar malagueño que para casi todo el mundo pasa inadvertida, pero yo me pregunto... ¿y quién educa a los que educan?

Carnavalero por febrero

Desde hace más de 15 años siempre espero que pasen las fiestas navideñas con especial interés. Ya queda menos para la Semana Santa. Pero claro, entre fiesta y fiesta, otra fiesta: el Carnaval. No tengo porque enmascararme ni disfrazarme. Nunca he escuchado el Carnaval de Málaga. He tenido la suerte -o la desgracia- de tener más a mano los de Cádiz, por amistad, por facilidad de acceso... por muchos factores me ha sonado más chirigota que murga; el Selu que Pariente o Quiñones que los Gallego.

No hay que esconderse, porque tengo que reconocer que este año he conocido -y muy de cerca-, esta fiesta en Málaga. Son inevitables las comparaciones con Cádiz, pero por lo que he comprobado es algo habitual que las comparsas y murgas malacitanas recurran a músicas gaditanas para componer sus repertorios. Véase este año la presentación de Los Muertos del Titánic, con una original adaptación de la presentación de Los Piratas, de Martínez Ares en el año 1998 en Cádiz. U otra agrupación que no recuerdo que utilizaba la musiquita del estribillo de El Brujo, también de Martínez Ares.

No se trata de entrar con mal pie en este mundillo, pero creo que las críticas a la murga marbellí que se hacía llamar chirigota son excesivas. Más aún cuando viene de quien toma como referencia al Carnaval de Cádiz y lo admira. Desde mi absoluta ignorancia, creo que el Carnaval malagueño tiene mucho bueno por explotar, muchas voces y mucha música muy buena en comparsas. En murgas el espectro está más reducidito, pero me atrevo a clasificar una élite formada por Zumaquero, Pariente y Vera, con toda la tranquilidad que da hablar desde el punto de vista del novato.

Al Dios Momo pongo por testigo que de ahora en adelante defenderé el Carnaval de Málaga -en lo defendible-. Es un Carnaval que, pese a sus 30 años, tiene mucho por hacer. Para empezar arreglar ese desaguisado que es la Fundación, y algo se ha avanzado este año con la creación de la Asociación de Autores de Carnaval. Desde fuera se ven pasos adelante, pero se ve mucho paso atrás dado por los propios carnavaleros. No es de recibo que en el Cervantes ni los más viejos del lugar fueran disfrazados, sólo los miembros de la Fundación, el Alcalde, Teresa Porras y poco más... Ni el concejal de Cultura. Es una pena. Habrá que seguir avanzando, habrá que tomar la calle antes de que don Carnal sucumba a doña Cuaresma y los murguistas y comparsistas se olviden por unos días del Carnaval y pasen a ser cofrades. Al fin y al cabo, en esta ciudad cosmopolita, los que luchan por las tradiciones siempre somos los mismos, ya sea Semana Santa, Feria o Carnaval. Deberíamos pensar en presentar al pleno una moción: Adiós Málaga. Hola Fuenteovejuna.