Provinciano en la capital

Rodeado de capitolinos en un McDonald´s de Francisco Silvela, me pongo delante del blog después de muchos intentos (más de uno al día desde la entrada) y ningún acierto. Aquí estoy, con un café de dudosa calidad, mi iPod con carnavales de Cádiz y flamenco, mis dos móviles y mi monstruoso portatil Toshiba. Rodeado de chicas con un acento extraño que no acaba de gustarme, justo al lado de uno de esos cumpleaños de niños por los que Herodes nunca cae en el olvido.

Con el tímpano perforado de los gritos de esos malditos bastardos, he apurado en pocos tragos en repugnante café, y hablo por el messenger. Sí, estoy de vacaciones. Ayer mismo comenzaron las clases en mi facultad. De nuevo he caído en las garras del mundo universitario. Matriculado en 3º de periodismo, presuntamente preinscrito en un curso de doctorado y con las ganas justas de pasar todo un año en Málaga.

Sí, soy un provinciano, enamorado de Málaga, una ciudad llena de despefectos, que lo sabe y que los tapa con la excusa de lo cosmopolita. Y un carajo. Sí, estoy enamorado de una tía que sé que es fea, que tiene defectos, que no es buena... pero estoy enamorado de Málaga. No la echo de menos, pero la extraño, la deseo... Es difícil. Es una relación complicada, pero claro, ella no lo sabe.

Ni quiero que lo sepa. Málaga, conjunto de tópicos rotos, exponente máximo de que la riqueza cultural de una ciudad no tiene porque anclarse en el pasado, y por eso lo destruye echando cemento encima. La cultura contemporánea tapa cementerios fenicios, teatros romanos y alcazabas musulmanas. Siempre fuimos así, hasta cuando no éramos cosmopolitas. Hoy tengo ganas de Málaga, pero la tengo lejos. Por eso hoy toca recordarla melancólico. Estoy lejos, pero porque quiero.

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