Más alto que el paraíso

Unos metros más cerca del cielo, en la ciudad del paraíso, se alza una colina. A sus pies se dibuja la espadaña de la Basílica de Santa María de la Victoria y en su corona una pequeña capilla que preside, casi sin importancia, el centro de la ciudad. Es el Monte Calvario, un resquicio de tranquilidad y paz dentro de Málaga.

Si existe un lugar romántico, tranquilo, apacible, casi secreto, un sitio en el que desconectar unos minutos de todo y de nada, eso es el Calvario. Tampoco es algo espectacular, las vistas de la ciudad son preciosas, la tranquilidad que se respira envidiable, pero para mi tiene un sentido casi mágico.

Subir al Calvario de día, al atardecer o de noche es algo que hago cuando puedo. Cuando tengo un rato subo. Solo o acompañado. Depende de la situación, del día, de la hora... depende de muchos factores. El Calvario de noche es como un cuento de hadas, un bosque en el que perderse con la imaginación. Un lugar mágico, como digo, en el que en cualquier momento puede aparecer la Santa Compaña, o cualquiera de esas criaturas de leyenda.

El atardecer en el monte es un momento especialmente romántico. No es necesario, siquiera, ir acompañado. Ver como se pierde el sol, como se esconde al fondo y el Mediterráneo se traga esa gran bola de fuego mientras la Catedral o el Castillo de Gibralfaro y la Alcazaba dejan de reflejar el naranja del ocaso para presidir una noche malagueña más.

Más alto que el paraíso, un pinar desconocido para los malagueños es un refugio infinito de ideas, momentos, situaciones irrepetibles que se quedan para cualquier visitante. Apostado en el capó de un coche, con una música tenue y relajada como único acompañamiento, escuchar a la chicharras y los grillos entre los árboles en las tardes de verano es un lujo inaccesible para muchos. Sin embargo, sólo ha que buscar el momento.

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